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LA DICTADURA DE PORFIRIO DÍAZ

Camino a la dictadura
La etapa comprendida entre 1880 y 1890 es reflejo de los esfuerzos gubernamentales para consolidar en México el sistema capitalista. La política de Manuel González y Porfirio Díaz trató de fomentar el desarrollo económico de México; ambos presidentes se esforzaron por instalar un gobierno fuerte, capaz de ejercer un control a lo largo y ancho del país; para conseguirlo no tuvieron empacho en atacar a los “modestos” poderes locales que impedían escuchar la voz del mandatario. Disminuyó la fuerza de los caciques de Puebla, Jalisco y Zacatecas. Durante su segundo periodo presidencial (1884-1888), Díaz se impuso a cuantos hombres opacaban su poder; aquellos que pensaban que el país necesitaba un guía firme, le dieron su simpatía considerándolo el héroe de la paz y hombre indispensable; único capaz de conducir a la nación hacia su grandeza. 

Primeros signos de oposición
La tercera reelección de don Porfirio determinó la aparición de grupos de estudiantes y trabajadores de distintas tendencias, que realizaron labores de oposición en la provincia y en la capital; como ejemplo se puede mencionar al Club de Obreros Antirreeleccionistas. Las manifestaciones de inconformidad siempre fueron reprimidas, resultando detenidos varios militantes, entre ellos,  Daniel Cabrera. 
Como era de esperarse, las elecciones de 1892 favorables a Díaz, y su decisión de mantener intacto el orden de cosas, provocaron desilusión en algunos sectores que esperaban ser llamados a colaborar y, por lo tanto, a compartir el poder. Las críticas de la oposición no se hicieron esperar, sobre todo en la prensa. Periódicos como "El Demócrata" o "La República" señalaron con dedo acusador el sistema de imposición política, las diferencias sociales y la intromisión extranjera. Las denuncias daban lugar a que las publicaciones aparecieron y desaparecieran, y a que sus colaboradores fueran perseguidos, desterrados o encarcelados. 

Rebeliones indígenas
Los indígenas se vieron prácticamente imposibilitados para hacer frente al Estado porfirista, fuerte y centralizado. De ahí el carácter esporádico y aislado de los brotes rebeldes. No obstante, hubo excepciones; tal fue el caso de los mayas, los yaquis y los mayos. Dado que en el sureste y noroeste del país la agricultura extensiva fue tardía, las comunidades indígenas de Yucatán y Sonora habían logrado conservar sus tierras comunales, casi como entidades independientes. Durante buena parte del siglo XIX e inicios del XX se mantuvieron en constante rebelión para defender tanto sus tierras como su autonomía comunal. Ante tamaño desafío, el gobierno federal decidió, a través de Bernardo Reyes, entonces ministro de Guerra, someter a los indígenas rebeldes del sureste tomando los centros ceremoniales mayas de Bacalar y de Chan Santa Cruz. Finalizando el siglo XIX, el gobierno porfirista entabló negociaciones con los yaquis para terminar con los levantamientos, pero al reiniciarse éstos en febrero de 1900, el ejército federal tomó un fuerte yaqui en la sierra de Mazacobe, muriendo en combate varios centenares de indígenas y siendo apresados otros tantos. A partir de esta experiencia, el gobierno central decidió deportar a los indígenas para restarles unidad y fortaleza. Entre 1903 y 1907, alrededor de dos mil yaquis fueron forzados a abandonar su territorio y vendidos como esclavos en Yucatán.

Trabajadores de las haciendas
Los trabajadores de las haciendas guardaban entre sí una marcada diferencia social. Así, existían los privilegiados: mayordomos, y técnicos extranjeros, y en las haciendas ganaderas, vaqueros y pastores. Gozaban de buenos salarios, de una movilidad que les permitía cierta independencia y, en muchos casos, de una pequeña propiedad. Todos los demás trabajadores eran duramente explotados. 
Tanto en las haciendas del norte como en las del centro y sur se encontraban los peones acasillados o fijos, obligados a trabajar de sol a sol, arrastrando durante generaciones deudas adquiridas en las tiendas de raya, lo cual les obligaba a permanecer al servicio del acreedor. Vivían en humildes jacales (propiedad de la hacienda), comían frijol, tortillas y chile; no sabían leer ni escribir, recibían un salario mísero, la mayoría de las veces en vales o bonos de las tiendas de raya en las cuales se concentraba mercancía de primera necesidad, controlada y comercializada por el patrón. Al igual que los obreros, a la menor falta eran encarcelados.

Campesinos y represión
Siempre fueron los campesinos los más explotados. Muchos de ellos, sobre todo en el centro del país, vieron perdidos sus vínculos comunitarios, sus tierras y su independencia; pero fueron también los que siempre se defendieron y conservaron la esperanza de recuperar sus tierras, lo cual los llevó a unirse y a luchar contra los decretos del régimen. [Diego Rivera, Los explotadores]
De una población que para 1900 se censó en 13 millones 500 mil habitantes, se consideró que tres cuartas partes de ella no vivía en ningún centro urbano sino en rancherías y poblados dispersos por todo el territorio nacional, motivo por el cual se encontraban muy distantes de la civilización moderna y progresista que se pregonaba. Durante el gobierno porfiriano las rebeliones indígenas, campesinas y obreras, reclamando justicia fueron constantes.

Proletariado
En los albores del siglo XX, saltaban ya a la vista la desigual distribución de la tierra, las terribles condiciones de trabajo en fábricas y talleres, y los excesos de autoridad tanto de pequeños como de altos funcionarios que, generalmente, dispensaban sus favores a los fuertes y poderosos. El anciano gobernante desconocía estas realidades, cada vez más delicadas y evidentes.
Al antiguo sector explotado, se incorporaron los obreros, ferrocarrileros, mineros, trabajadores textiles y artesanos, es decir, el proletariado, de origen también campesino pero desplazado principalmente hacia las empresas de las ciudades, con el consiguiente aumento de población y necesidades de éstas.
Se provocó además una movilidad social que contribuyó al desarrollo urbano y al de las regiones donde se establecían las fábricas, las haciendas y las minas, y se construían ferrocarriles. Los trabajadores vieron alterados sus patrones de vida; seguían laborando de sol a sol y recibiendo un salario bajo, incongruente con el alza de precios, y en ocasiones pagados en bonos o vales cambiables únicamente en la tienda de raya existente en ciertas fábricas. Vivían en los barrios y en las zonas marginadas de las ciudades; carecían de todos los servicios y recibían mal trato de los capataces. El patrón quería producir más y ganar más.

Explotación petrolera
Nacía el XX siglo cuando se emprende la explotación petrolera en el país, fundamentalmente por inversionistas extranjeros. La primera concesión importante fue otorgada en 1906 a Weetman Pearson, súbdito inglés, quien años después crearía la Cía. Petrolera “El Águila”. Desde la implantación del Código de Minería de 1884, el Estado renunció a la propiedad del subsuelo en lo concerniente al petróleo y al carbón, seguramente con la idea de propiciar el crecimiento de los minerales combustibles tan necesarios para los ferrocarriles.
 

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