BANCO CHINCHORRO

Aérea Chinchorro

A treinta kilómetros de la costa sur del Caribe mexicano, cerca de los límites con Belice, en una zona donde la profundidad de las aguas es de mil metros o más, se levanta abruptamente desde el lecho del océano el arrecife del Chinchorro, cementerio de buques, paraíso de buzos, refugio de animales amenazados, jardín submarino, fábrica de arena, rica zona pesquera, hogar de millares de aves, punto de escala de pájaros migratorios, productiva pradera marina, centro de trabajo y tumba de una especie ya extinta.

Por Juan José Morales / Fotos por Claudio Contreras

El Chinchorro es el arrecife más grande de México, el de mayor antigüedad—formado hace millones de años, mucho antes que todos los demás de la región—y a juicio de buzos expertos, también el más bello, por la cantidad y diversidad de vida marina que alberga y su excelente estado de conservación. Se halla sobre la cumbre de una meseta submarina y abarca ochocientos kilómetros cuadrados, pero de ellos, sólo poco más de siete—menos del uno por ciento—, sobresalen de las aguas. El resto se encuentra justo bajo la superficie: una cadena casi ininterrumpida de hermosas formaciones de coral que van extendiéndose todo en una elipse de 46 kilómetros de largo por 15 de ancho y encierran una plácida laguna de apenas cuatro o cinco metros de profundidad media, con el fondo cubierto de pastos marinos y tachonada por pequeñas formaciones coralinas.

    En su costado oriente, el de barlovento, al Chinchorro lo azotan furiosamente las olas que levantan los vientos alisios durante su largo trayecto por el Caribe y de cuya peligrosidad son mudo testimonio los numerosos buques que ahí han naufragado. En cambio, por el lado occidental, el de sotavento, el moderado oleaje facilita el acceso de las embarcaciones.

    Ocasionalmente, la acumulación de arena y pedacería de coral destruido por las tormentas ha formado pequeñas islas. En el extremo noreste se levantan las dos que integran Cayo Norte, ambas de menos de un kilómetro cuadrado y separadas por un canal de trescientos metros de amplitud. En el sur se encuentra Cayo Lobos, de apenas medio kilómetro cuadrado, que cambia tan constante y rápidamente de forma y posición debido a las fuertes corrientes y el embate del oleaje, que antiguos faros, ya en desuso, ahora se encuentran dentro del mar. Y en el interior de la laguna está Cayo Centro, de más de cinco kilómetros cuadrados, cubierto por densa vegetación y habitado por nutridos grupos de aves marinas.

BELLEZAS SUBMARINAS

Por su forma y estructura, el Chinchorro es similar a los llamados atolones del Pacífico occidental, como los de Bikini y Mururoa, que también consisten en un círculo o elipse de arrecifes de coral con una laguna central de agua marina. Por mucho tiempo se creyó que el parecido era una simple casualidad y que el Chinchorro no constituía un verdadero atolón. Empero, recientes investigaciones han llevado a la conclusión de que sí lo es, y que la similitud resulta de un origen semejante.

    Al igual que los del Pacífico, el atolón del Chinchorro se formó a través de una compleja combinación de procesos tectónicos, cambios en el nivel del mar y crecimiento de formaciones coralinas. Un pico montañoso que en remotos tiempos geológicos emergía de las aguas y estaba rodeado de corales, comenzó a hundirse lentamente debido a los movimientos de la corteza terrestre. A medida que ello ocurría, los corales seguían creciendo en torno a él, formando acumulaciones cada vez más altas y siempre próximas a la superficie. Finalmente, la montaña desapareció tragada por el mar, dejando sólo el anillo de estructuras coralinas alrededor de una zona de poca profundidad.

Coral    La gran belleza biológica del Chinchorro está bajo el agua, pero sólo a unos pocos metros de profundidad y accesible a quienes practican el buceo libre o autónomo. Hay más de setenta especies de corales, que son colonias de diminutos animales—llamados pólipos—con un soporte o esqueleto común. Unos, los duros o pétreos, tienen esqueleto rígido de carbonato de calcio que adopta variadas y caprichosas formas según la especie: lechugas, candelabros o flores. Entre ellos destacan por su abundancia el cuerno de alce (Acropora palmata) y el cuerno de venado (Acropora cervicornis), así bautizados porque sus formas evocan las astas de esos animales. Ambas especies son los principales creadores de arrecifes, ya que tienen rápido crecimiento y soportan muy bien la fuerza de las olas. En relativamente poco tiempo llegan a formar barreras protectoras a cuyo abrigo crecen otros corales, como el montaña (Montastrea anularis) o los cerebro (Diploria strigosa y Diploria labyrinthiformes), de forma hemisférica, que viven milenios y alcanzan varios metros de diámetro.

    El otro tipo de corales también abundantes en el Chinchorro son los gorgónidos o corales blandos—algunos llamados, en razón de su forma, abanicos, látigos y plumas de mar—, que oscilan suavemente al vaivén de las olas y sobre los cuales puede verse a los bellísimos caracoles lengua de flamenco.

SINFONÍA CROMÁTICA

Hay asimismo lo que parecen ser delicadas flores pero en realidad son animales: anémonas—emparentadas con los pólipos, aunque mucho mayores—de suaves colores y gruesos tentáculos, que por su forma recuerdan a los crisantemos, y gusanos tubícolas de branquias coloridas como pétalos. Abundan las esponjas: en Chinchorro hay registradas unas veinte especies de variados colores, formas y tamaños—la mayor, llamada tina de mar (Xestospongia muta), alcanza las dimensiones de una tina de baño—, y por todas partes se advierten las púas negras de los erizos Diadema antillarum, típicos del Caribe.

Mantarraya    Otros erizos, de púas más cortas y en algunos casos ramas, son también abundantes, pero resultan casi invisibles entre los recovecos del coral o bajo las piedras, donde habitan las estrellas serpiente, parecidas a las estrellas de mar pero con brazos largos, ondulantes y muchas veces erizados de espinas. Entre el coral se hallan igualmente numerosas especies de cangrejos, caracoles y otros muchos animales.

    A la mayoría es difícil verlos, pues son nocturnos y durante el día permanecen ocultos, o en sus andanzas diurnas tratan de pasar inadvertidos. Pero los peces parecen querer exhibirse ante los visitantes. Se han registrado en el Chinchorro más de doscientas especies de peces, muy llamativos por su forma y colorido y a menudo agrupados en densos cardúmenes. Globos, diablos, ángeles y más forman una verdadera sinfonía cromática, con todos los colores imaginables, mientras se mueven lentamente entre el coral, sin que parezcan temer a los buzos que se les aproximan ni a las barracudas de los alrededores o a las morenas que atisban desde sus madrigueras, listas para lanzarse sobre algún pez descuidado.

PAJARILLOS SEMBRADORES

A partir de semillas llevadas por las corrientes marinas o depositadas en sus excrementos por las aves que vuelan hasta los cayos desde tierra, se ha establecido en Chinchorro una vegetación relativamente abundante. Ésta incluye no sólo cocoteros y las características plantas de playa—arbustos y hierbas rastreras—capaces de soportar los fuertes vientos y la alta salinidad, sino también árboles característicos de la selva de la península de Yucatán. Entre ellos destacan el chacá (Bursera simaruba), cuya presencia en esos sitios tan distantes de tierra firme se debe a que sus semillas fructifican después de haber pasado por el sistema digestivo del vireo ojiblanco, un ave migratoria que al cruzar el territorio peninsular rumbo a Centro y Sudamérica, se alimenta con los frutos del chacá y al hacer escala en los cayos expulsa las semillas entre sus deyecciones.

    Otro árbol abundante en la zona es el mangle, que puede vivir en agua marina y forma densas masas donde habitan diveresas especies animales.

    Pero las plantas más importantes del banco Chinchorro son los pastos marinos que cubren parte del fondo de la laguna: la hierba tortuga (Thalassia testudinum) y la hierba de manatí (Syringodon filiforme). La primera es de hojas largas, verde oscuro y viscosas al tacto; la segunda, de hojas cilíndricas y brillante color verde. Ambas plantas crecen enraizadas en la arena y forman praderas que sirven como zonas de refugio y alimentación a peces y otros animales. Algunos pequeñísimos invertebrados crecen adheridos a sus hojas; todos estos habitantes de los pastizales marinos son alimento de animales mayores.

    Tanto la hierba tortuga como la hierba de manatí se cuentan entre las pocas plantas fanerógamas—que dan flores—, capaces de crecer en aguas marinas. En cambio, las algas que crecen en la laguna y en las formaciones de coral carecen de flores y raíces. Las hay de varias especies y formas, y tienen la peculiaridad de que concentran en sus tejidos gran cantidad de carbonato de calcio que se libera al morir y descomponerse la planta. Así va formándose la finísima y blanca arena de las playas del Caribe.

UNA ESPECIE EXTINTA

Aves y reptiles constituyen la fauna terrestre del Chinchorro. No hay mamíferos ni anfibios, debido a la absoluta falta de agua dulce. Quizás en otros tiempos hubo grandes poblaciones de un mamífero marino ya extinto: la foca monje (Monachus tropicalis)—en maya dzulá o tsíulá—, también conocida como lobo marino, que habitaba en el Caribe y el Golfo de México y fue la única foca tropical de América. Al parecer, había manadas lo bastante nutridas como para haber dado su nombre a Cayo Lobos. Pero desde la conquista española (siglo XVI) fue objeto de cacería para aprovechar su piel y su aceite. Los últimos ejemplares pudieron observarse durante la segunda mitad del XX y se la considera desaparecida como especie desde 1975.

    Entre la rica y variada avifauna destacan las gaviotas, los pelícanos y en especial las fragatas, llamadas chimay en maya y Fregata magnificens en la clasificación científica. Estas aves, que llegan a medir 1.75 metros de punta a punta de las alas pero pesan apenas kilo y medio, son verdaderas reinas de los aires: suelen pasar muchas horas planeando casi sin mover un músculo y alejarse cientos de kilómetros de tierra firme. A diferencia de las gaviotas y los pelícanos, las fragatas no flotan, pues su plumaje no es impermeable. Si llegan a caer al mar o posarse en él, se empapan y se hunden.

    Hay enormes colonias de fragatas en los manglares de los cayos y gran parte del año es posible observar a los machos custodiando los nidos. Se las reconoce porque en la garganta tienen una especie de bolsa, llamada saco gular, que durante la época de reproducción se hincha y presenta un inconfundible color anaranjado o escarlata. La hembra, en cambio, tiene el pecho blanco y es la que pasa más tiempo en vuelo buscando alimento para su pareja y los polluelos.

    En algunos árboles secos también pueden observarse nidos del águila pescadora (Pandion haliaetus), de largas patas.

    Durante las noches de verano, quienes recorren las playas de Cayo Norte y Cayo Centro tienen oportunidad de toparse con tortugas marinas de las cuatro especies—carey, blanca, caguama y la gigantesca laúd, la mayor del mundo—que ahí acuden cada año a desovar. La fauna de reptiles incluye iguanas, lagartijas y cocodrilos, de la especie Crocodylus moreletii.

CEMENTERIO DE BUQUES

CañónEl banco Chinchorro era ya conocido—y temido—hacia principios de la época colonial (siglos XVI a XVIII) por los marinos de los buques que navegaban desde Cartagena, en Colombia, hasta La Habana, para de ahí continuar hacia España. Las corrientes y los vientos dominantes en el Caribe los obligaban a pasar cerca de este gran arrecife, y aunque trataban de mantenerse a distancia de él, muchos terminaron estrellándose contra los macizos de coral. Se han localizado los restos—pecios, en lenguaje marítimo—de por lo menos dieciocho buques ahí hundidos entre 1600 y 1800.

    Los naufragios, por lo demás, no se limitaron a aquellos tiempos. Los ha habido en épocas mucho más recientes. Cerca de Cayo Centro, cubierto de herrumbre y excrementos de gaviotas, se yergue lo que las olas han dejado del Glenview, un gran carguero británico hundido en 1960, no muy lejos del sitio donde cuatro años antes naufragara el Gnger Scout.

    Otros buques modernos que ahí terminaron sus días son el Cassel, el Far Star, el Tropic, el Huba y el San Andrés. Muchos más son difíciles hasta de ubicar, pues—destrozados por el paso del tiempo y la acción del mar—de ellos sólo quedan las piedras que llevaban como lastre y los cañones de hierro. De uno se conserva un reguero de anclas, arrojadas una tras otra en los desesperados intentos de su capitán por detener la marcha del navío.